¡Buena la liaron los soldados griegos, para quienes correr desde la llanura de maratón hasta Atenas no debía de ser más que un paseo! Para ellos, que sólo conocían los vehículos de tracción animal o la fuerza de sus propias piernas, derrotar a los persas en batalla y regresar corriendo a casa para anunciar la victoria a sus mujeres era algo natural. No podían mandar un WatsApp, así que la forma más inmediata para llegar a anunciar algo era correr. Buena la liaron, porque la distancia entre Maratón y Atenas se convirtió con el tiempo en un reto atlético para miles de personas en todo el planeta.

Más de dos milenios después, no es muy frecuente, creo, que alguien corra una maratón sin tener en plan hacerlo. Pues a mí me sucedió. Una mañana de abril, tras trabajar durante la noche elaborando el daily press review para la Comisión Europea, mis amigos Dani y Raúl pasaron a recogerme por casa. Venían mentalizados para correr la primera maratón de sus vidas. Estaban nerviosos, motivados, agitados, emocionados… Mi idea era acompañarles en la primera parte de la carrera. No había podido descansar esa noche, ni entrenar en las semanas previas, como requiere un esfuerzo semejante al de una maratón. Estaba inscrito en la distancia de media maratón, así que hasta el kilómetro trece – donde se dividían los caminos de ambas pruebas, la media y la entera (los competidores de una y otra tomamos la salida juntos) – iría con ellos. Mientras ellos cumplían con todos los rituales: prevención de riesgos ante posibles rozaduras, mentalización psicológica, elección del calzado y ropa apropiada, etc., yo me puse unas zapatillas viejas y rotas, en plan circense, y me lancé a la calle con la intención de disfrutar con ellos del primer tramo de su maratón, corriendo por las calles de Madrid. Mis bien amortizadas Adidas, que conocieron numerosos y pedregosos caminos por la vereda de ríos y senderos entre encinares y pinares, estaban ya para colgar de un cable y no se imaginaban que aún les aguardaba la aventura atlética de su vida.

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La directora de arte uruguaya, mi amiga Lucía Durán, al enterarse de la historia, agarró mi zapatilla derecha (con plataforma de medio kilo incluida) y se la llevó al estudio fotográfico para retratarla como una diosa o como modelo de inspiración artístico-publicitaria. Los slogans para la hazaña que se nos venían a ambos a la cabeza eran infinitos, pero esas desgastadas tres rayas han indicado un conocido «Impossible Is Nothing».

Para echarme unas risas con mis compañeros de osadía atlética, me sujeté el dorsal con «cinta carrocera». Todo era un poco de comedia para relajar tensión y bromear con el concepto de «corredor rural» versus el «runner de moda». Y como yo nací en la España rural, en la leonesa comarca de La Bañeza, donde, por citar una curiosidad, existe una prestigiosa receta gastronómica denominada ‘ancas de rana a la bañezana’, allá la expresión de running hasta épocas muy recientes no fue palabra que se asociase a la práctica del correr; en todo caso sonaría a algo relacionado con las ranas de las charcas.  Al fin y al cabo, cuando el gran Mariano Aro -el «León de Becerril»- se entrenaba corriendo y corriendo por las palentinas tierras de campos, a nadie en el pueblo se le ocurrió decirle que él era un ‘born to run’, y ya lo creo que lo era. Como Fermín Cacho o como Abel Antón u otros herederos leoneses y castellanos de la pasión atlética. En fin, la gracia de la sujeción con cinta carrocera duró hasta el kilómetro 7 más o menos, en que el dorsal ya no se sujetaba con ella y tuve que gritar para reclamar imperdibles de repuesto a algunos de los maratonianos que en aquel momento compartían tramo de la Calle Bravo Murillo con nosotros. Conseguí un par de ellos y aseguré que ese dorsal estuviese sujeto a mi pecho hasta la raya final, que en aquel instante aún no sabía cual era.

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Mariano Haro, el León de Becerril, un fenómeno del atletismo palentino, español y mundial en la década de los años setenta; si no entró en el podium en Munich 72, fue porque era quizá el único atleta de la final que no conocía los conceptos y/o trucos de la ‘medicina deportiva’. Lo que Haro conocía era entrenarse a base de correr y correr por los campos de su tierra. Su cuarto puesto en aquellos 10.000m, su diploma olímpico, es en realidad un oro olímpico.

Lo que ocurre es que allá por ‘los Leones’ (como por ‘las Castillas’), dada la escasez de instalaciones y de oportunidades, a los oriundos nos ha dado desde siempre por correr (mucho antes de que se desatara el furor popular que alcanza la actividad hoy en día), ya que difícilmente se podían practicar entonces deportes que exigiesen ciertos medios técnicos. ¡Si es que en mi pueblo, en mi niñez, ni a fútbol 11 se podía jugar! Hasta que no fui juvenil y me hice las pruebas para entrar en el filial de La Bañeza FC, un clásico de la tercera división nacional, no pude jugar a fútbol federado. Eso sí, aquel ‘equipito’ juvenil arrasaba en la provincia, ¡eso que conste! Como arrasaba, en todas las categorías inferiores, el equipo de atletismo al que me referiré en las próximas líneas.

Lo que si había siempre en «las Bañezas» era ganas de fiesta. «Ponferrada trabaja, Astorga reza y La Bañeza se divierte» es un dicho popular que ronda de boca en boca desde hace décadas por los pueblos de la provincia. Yo no se cuánto de verdad tiene el dicho, pero se que en La Bañeza se acuñó una expresión que es «correr el carnaval» y que viene de cuando la celebración de Don Carnal estaba prohibida y los lugareños burlaban a la normativa vigente, saliendo a la calle disfrazados y teniendo que escapar corriendo de las persecuciones de la Benemérita. Y también sé que es al generoso patrocinio de una discoteca de moda, la Hotachy, que varios equipos de deportes de la ciudad debieron sus equipaciones y apoyo económico para el desarrollo de sus actividades en la década de los ochenta. Tanto que hasta un equipo en la División de Honor del fútbol sala español compitió por toda la geografía española en aquella época con el nombre de La Bañeza-Hotachy. También se llamaba así el equipo de atletismo en el que estuve desde los 8 hasta los 13 años aproximadamente, ya que fue uno de los que recibió ese inestimable apoyo de la marca discotequera.

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En la foto luzco orgulloso los colores del club La Bañeza-Hotachy, tras una carrera popular en Saelices del Payuelo (tierras de campos de León) en la recta final de los años 80: los dos «chupetines» que me acompañan en la foto son, de azul, Leandro Blanco (quien ha sido atleta toda su vida) y, de rojo, Javier Falagán, mi hermano (siempre un auténtico crack en todo lo que se tercie, además de un inconmensurable defensa central de la liga de fútbol provincial leonesa).

El día de esta foto de mi infancia -tomada en la localidad de Saelices del Payuelo porque se ve que a alguien milagrosamente le dio por inmortalizar aquel momento, sacrificando un negativo de su carrete para ello- me llevé a casa una cazadora de piel de lobo que me regalaron los del pueblo por ganar la carrera popular de categoría Benjamín. Por aquel entonces, entrenando un poquito, acostumbraba a ser de los primeros niños en cruzar la línea de meta en las carreras a las que acudía. Incluso en el cross internacional de Alcobendas me subí al podium en categoría Benjamín. Pero ya a partir de Alevín (no hubo que esperar mucho) se vio clara la realidad: los que iban en cabeza de carrera se convirtieron en galgos que ni atándome una cuerda a ellos hubiera podido seguir de cerca.

A escasas millas de Alcobendas, unos cuantos años después, el 26 de abril de 2015 más concretamente, mi idea en el asfalto de Madrid era clara: intentar completar media maratón lo más dignamente posible. Aunque Dani y Raúl me tentaban de camino a la salida, yo pensaba no tener ninguna duda de que no caería en la tentación de variar mi plan en el kilómetro trece, momento de división de caminos de las dos pruebas simultáneas, maratón y media. No sólo por no caer en la tentación en sí, sino porque a priori era una idea disparatada, al no haber dormido ‘lo supuestamente necesario’ ni haber entrenado ‘lo supuestamente necesario’. Quizá tenga razón mi amiga  Alice Benthley -a quien acompañé de La Bañeza a Bilbao en su paso por España mientras se hallaba haciendo su particular viaje por varios países del mundo en bicicleta (www.cyclingsomewhere.co.uk)- cuando dice que «it is all in the mind», porque aquel día fue mi mente la que hizo lo que hizo, pues mi cuerpo dijo NO en muchos momentos.

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Pocos días vi llover tanto en Madrid como aquella mañana de primavera. Las lluvias mil de abril cayeron todas desde que el circuito pasó por la Casa de Campo, a 20km de la línea de meta del Parque del Retiro. A mi paso por la Plaza de Cibeles (instante de la foto), me encontraba ya haciendo malabares con el famoso muro de la maratón. Doy fe: el muro existe.

Había sucedido que al llegar el determinante kilómetro trece, se me ocurrió decir cierta frase mezcla de valentía e inconsciencia: «¡A muerte con el equipo!» Quise seguir con ellos hasta el final. Quise seguir con mis dos compañeros. Quise seguir con mis amigos. ¡Teníamos que ser el trío de la gloria! Claro, ahí me veía fuerte. Incluso poco después de tomar esa decisión, entré cantando con ellos un popular tema de Barricada interpretado por una banda de rock que animaba el cotarro a nuestro paso por la Puerta del Sol (la prueba era la llamada rock & roll Madrid Maratón y había escenarios musicales cada cinco kilómetros, amenizando el paso de los corredores). Pero es que aún no había comenzado la odisea. Ni tampoco yo había luchado contra los persas, como Filípides y otros tantos descendientes de Homero y compañía. Ni siquiera había empezado aún el diluvio universal, pues le faltaba una hora o diez kilómetros (según se quiera calcular) para ejecutarse.

Lo cierto es que lo hice. Hablando solo en voz alta a partir del km 35 para darme ánimos y sintiendo dolor hasta en cada uno de los dedos de mis pies. Pero lo hice. Completé la maratón. Parafraseando la esencia de otro famoso slogan de ropa deportiva: «I just did it». Con mis viejas zapatillas rotas y con la cinta carrocera despegada de mi camiseta, que por cierto, era la camiseta del Torrejoncillo’s Team, club de amigos que no entiende el deporte sin cervezas y risas post-deporte. Quizá sea mucho decir «impossible is nothing», pero quizá sí sea un acierto decir que «it is all in the mind.» Más de cuatro horas corriendo. Aquí no hubo record ninguno: mi marca, sencillamente, fue hacerlo. Mi mejor marca. Como la de mis dos compañeros y la del resto de miles de compañeros.

Oscar Falagán