A veces, tras la historia nace el mito. Otras, tras el mito surgen las historias. Fluyen algunas de boca a boca: de abuelos a nietos, de siglo a siglo, de década a década; dan fe de otras los documentos escritos, los libros, la prensa; de un tiempo a esta parte, las radios y las televisiones: de micrófono a antena… De cómo fue realmente la Batalla de Covadonga, aquella que impregnó a tal lugar de historia y mito, quizá conozcan bien los detalles las piedras de aquel rincón de cantábrica cordillera; de cómo fue la primera batalla de la Vuelta Ciclista a España en la ascensión a los lagos de Covadonga, dejaron las cámaras de televisión buen registro… El ciclismo contiene una sustancia provocadora de emociones e incitadora a deportivas contiendas. Está compuesto de versos de la familia de los cantares de gesta. Es lucha y es placer, es superarse a uno mismo, es tratar de poner contra las cuerdas a los rivales para después abrazarlos (sin ellos no habría cuadrilátero ni cuerda, aunque hubiese caminos y carreteras), es sufrir las inclemencias meteorológicas, es amarlas… Es un poco de locos, sí, tal vez. Pero no debe de ser locura insana cuando a tanta gente hace feliz y, además, la mantiene en buena forma. Amén de que, cuando el pedaleo se hace en marcos especiales, el deleite aumenta considerablemente… Se puede uno imaginar que a caballo cabalgaba Don Pelayo, ahí donde las cabras desde hace siglos campan, cerca de donde hoy está el Santuario de Covadonga, y donde otro norteño, Marino Lejarreta, clavó la primera ciclista bandera de la citada Vuelta Ciclista a España; y se puede uno regocijar ante las televisivas pruebas de aquel glorioso momento, y de las que, en años sucesivos, mostraron a otros conquistadores que alcanzaron ese trono en bicicleta…

Quien escribe ha satisfecho recientemente un íntimo anhelo: subir pedaleando desde donde la Virgen de Covadonga vela por los ciclistas en su cueva, hasta donde ondean los estandartes que pusieron Lejarreta y sus veinte sucesores de La Vuelta. Lo ha cumplido en compañía de una estupenda grupeta y de la mano de un club ciclista de su lugar de nacimiento, en la provincia de León. Un club que cada otoño organiza una expedición a aquel templo del deporte del pedal, hogar del aire puro, regalo de la naturaleza. Lo ha encontrado como siempre ha sido, con la misma mirada tierna de sus ganados y de sus laderas; con asfalto remozado, sí, pero, por casi todo lo demás, como hace treinta y tantos años era… Más acostumbrados a la presencia de manadas de vacas, el lago de Enol y el de la Ercina se vieron sorprendidos en 1983 por la colorida invasión de la caravana de la gran ronda hispana. Eran años en que licores y marcas de cigarrillos hacían de patrocinadores de la carrera, y productos como marcas de encendedores de los equipos que participaban en ella. Sin embargo, mientras se subía a Los Lagos, no estaba para fumar la cosa (al menos, para algunos). “¡Muérete ahí encima!”, era el grito que escuchaba Carlos Machín, cuando luchaba por ser el primer rey de Covadonga en La Vuelta. Lo escuchaba él y los telespectadores, pues así le alentaba su director (aunque a los ajenos al ciclismo pudiese parecer extraña forma), sacando la cabeza por la ventanilla de un Seat 124 con publicidad de chocolatinas en el capó y en las puertas. ¡Cuántos Huesitos nos comeríamos los niños de España, pensando que así más fuerte se pedaleaba! Nacido en Mieres, Machín —que venía escapado desde hacía una porrada de kilómetros— lo dio todo, a buen seguro, encima de la bici; pero eso no le bastó para ganar en el Principado y coronarse en su casa. Alberto Fernández (que en paz descanse y por el cielo pedalee), salió ese día con el maillot de líder —y lo conservó hasta la cima— en una etapa que había salido de Aguilar de Campoo, la población de su infancia. Sin embargo, la etapa estaba reservada a quien se había forjado entre montes de Vizcaya.

Marino Lejarreta no conocía la subida. Era la primera vez que las ruedas de su bici pisaban esa carretera. No esperaba mucho público ese día en ella, pero habrá miles de personas que en la pequeña pantalla van a ser testigos de su hazaña. En las cunetas se ve algún Citroën Visa, algún Simca 1200, algún Renault 18, alguna Berlina Peugeot, algún Seat Ritmo… Y para ritmo, el de Marino. Nadie puede seguir al “Junco de Berriz” ese día. Se va del grupo de favoritos y no para hasta alcanzar y dejar en la estacada a los fugados (Machín había descolgado a Pevenage, compañero de fuga hasta el puerto), cuando ni los propios comentaristas de televisión lo creían posible. La ventaja de la escapada es tan amplia que ni el legendario comentarista Emilio Camargo, —aun siendo asturiano y conocedor de esos parajes— ve posible que el junco de Bérriz la neutralice.  Pero la ascensión a Los Lagos es mucha ascensión. Lo que ocurre es que en las 37 ediciones anteriores nunca ha sido acometida en la Vuelta Ciclista a España (en 2020 cumple 75 años, Los Lagos llegaron en el ecuador de la actual historia de la carrera), y se desconoce su capacidad para hacer cribas y repartir mazazos a los menos preparados para su asalto. Lejarreta había ya ganado dos finales en alto en esa edición de la Vuelta, pero en tierras de llano y viento se le escapaban minutos que ganaba en las montañas… Llevaba el número 1 colgando del cuadro de su bicicleta y, para hacer gala de él, se había puesto líder días atrás; pero en los decampados entre Zaragoza y Soria se había dejado el liderazgo. Si no, muy probablemente, hubiera subido a Los Lagos vestido con el entonces maillot amarillo de líder, y no con el azul de la regularidad. Era el más fuerte de aquella Vuelta, la primera que emitía en directo TVE, cuya audiencia pudo así ver instantáneamente (y no sólo en el resumen de después del telediario de la noche) a los ciclistas de su Vuelta. Llegaban, en esa ocasión, a los conocidos también como Lagos de Enol; que no de Hinault, cosa que algunos decían que serían: como juego de palabras podía pasar, pero hasta ahí. Bastante hizo el bretón con no ceder mucho tiempo ante Marino Lejarreta. Aunque venía de ganar su cuarto Tour de Francia la temporada anterior, Bernard Hinault no llegaba en su mejor momento. Iba a tener que recurrir a alguna no muy limpia argucia (eso cuentan algunas crónicas periodistas de aquel momento), para acabar aventajando en poco más de un minuto a Lejarreta en la meta final de Madrid. En el descenso del Pajares hacia León (al día siguiente de la ascensión a Los Lagos) Hinault recuperó algo del tiempo perdido… “El francés yo creo que no se encuentra bien, y ataca bajando…” había declarado Marino, premonitorio, a los reporteros de las radios y de la televisión, acto seguido de ser el primero en pasar bajo la pancarta de Caja Postal, plantada con los Picos de Europa de telón de fondo. Sea como fuere, en las etapas que hubo entre León y Madrid, ni Marino Lejarreta (fichaje estrella del conjunto italiano Alfa Lum), ni Julián Gorospe y su equipo Reynolds, ni Alberto Fernández y su equipo Zor, lograron saber imponerse a los franceses del equipo Renault-Elf-Gitane. Pero su jefe de filas, el caimán Hinault, en Los Lagos sufrió.

La otoñal expedición (la que ha llevado al aquí firmante a tan especial escenario) partió precisamente de la cara sur del Pajares: desde La Bañeza, desde el noroeste de Castilla y León, región prolífica —dicho sea de paso— en ciclistas férreos y talentosos. En ella nació, por ejemplo, Pedro Delgado, el único ciclista español que ha ganado dos veces en Covadonga, en 1985 y 1992. Aunque no fue el del segoviano el primer bis. Antes que él, logró ganar dos veces (1987 y 1991) Lucho Herrera, tremendo escalador colombiano que ha sido vencedor del maillot de la montaña en Vuelta a España, Giro de Italia y Tour de Francia. Sólo él y Bahamontes pueden decir eso. En concreto, en la edición de 1987, Herrera subió a Los Lagos portando maillot rojo (patrocinado —para añadir curiosidades— por Galerías Preciados); pero ese rojo no era, como hoy en día, el color del líder de la clasificación general, sino el de líder de la montaña. Luis Alberto Herrera, «el jardinerito», se vistió de amarillo arriba, entre el Enol y el Ercina. Encarrilaba, con su excelente escalada (atacada desde pie de puerto, como la de Lejarreta), el primer triunfo de un latinoamericano en la clasificación general de una de las grandes carreras por etapas, algo que tiene reflejo máximo en la actualidad, pues justo este año 2019 ha habido dos victorias de latinoamericanos en dos de las tres grandes vueltas (el Giro, maticemos, un ecuatoriano). Los colombianos hoy ya no son sólo “escarabajos” escaladores, son ciclistas completos capaces de ganar el Tour de Francia, como ha hecho Egan Bernal. Y portentos como Lucho Herrera abrieron esa senda por la que ahora muchos pedalean. Aquel 1987 el pelotón bebió mucho café de Colombia, que, seguro que iba (y va) muy bien con azúcar remolachera de la comarca bañezana, y nacía el club ciclista artífice de la mencionada expedición (el Piñón-Cortés de La Bañeza) y su derivada grupeta, que ha pedaleado por donde lo hicieron muchos pelotones de La Vuelta; hasta el último (por ahora), encabezado por Nairo Quintana, uno de los de la colombiana cantera.

De todas las edades, estilos y medidas, pura camaradería, ha sido la intrépida grupeta. La bicicleta no tiene edad y ese es uno de los muchos aspectos maravillosos del deporte que propicia… Ahí estaban, por ejemplo, un padre y un hijo: el uno que nació el año que Delgado ganó el Tour; el otro que nació allá cuando Loroño y Bahamontes peleaban por La Vuelta. Y estaba también otro padre con un niño que gana carreras en categoría alevín en toda Castilla y León, y que nació el año del recital de Carlos Sastre en Alpe d’Huez… Así es el ciclismo, en éste y en cientos de clubes y grupos de aficionados. Algunos detalles cambian, evolucionan con los años, pero la esencia de los pedales es la misma. Y así se vive… Empieza la grupeta a pedalear a 20 km de la Santina. Llueve a cántaros, aguarda jornada de culotes mojados. El verde de Asturias es intenso por algo, está claro. Desde Cangas de Onís, la carretera va picando hacia arriba y el frío de las piernas empapadas va menguando. Se llega a la rotonda donde empieza de verdad el ascenso; se escuchan las campanas del santuario, como si fuese un ritual premeditado. ¡A subir piñones! A partir de ahí, cada cual va —ley no escrita, en todas partes conocida— como buenamente puede: en los puertos de carretera, en la montaña, cada uno sabe lo que experimenta y siente. Comenzando la subida, quien escribe respira hondo. Abre bien los ojos, quiere vivir el momento con todos los sentidos. Un amigo del club le ha dicho que dosifique; que, si gasta en exceso al principio, lo puede pagar al final. Hace caso, dosifica. Pero sobre todo disfruta, incluso más si se hace duro. La llovizna en la acometida a Los Lagos es agua bendita. Solo se le escucha a ella y a los cencerros del ganado. En el asfalto, en los primeros tramos, hay hojas caídas de las arboledas que los arropan. Luego, el bosque desparece y se divisan altos montes en lo alto y cabañas y pastos en lo bajo. Se afronta con respeto la intimidatoria “Huesera”. Ese puerto lo han subido miles de ciclistas en todas las estaciones del año, pero esta vez, con el invierno queriendo asomar entre las montañas, son ellos quienes escuchan la cadena girando sobre el plato pequeño en el Mirador del Reina. Y los que dan golpes de riñón y se levantan de la bicicleta para ganarle la batalla a esa carretera… Cuando se llega a donde ella termina, y se ve el Ercina y las cumbres nevadas de los Picos de Europa al fondo, quien más quien menos se emociona… ¡Como le habrá pasado a tantos y tantos aficionados! Se sienten dichosos, sí. Por el paisaje, por el reto superado y por el honor de haber llegado a donde ganaron Marino Lejarreta, Reimund Dietzen, Pedro Delgado, Robert Millar, Lucho Herrera, Alvaro Pino… y donde llegaron muchos otros ciclistas de enorme coraje y solera. A caballo Don Pelayo, en bicicleta… también una nueva grupeta.

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La grupeta corona, se suma al rosa (no del Giro, sino contra el cáncer de mama) y posa para la foto.
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Un tío feliz de haber subido a Los Lagos (a veces escribe y a veces también pedalea).

 

¡Gracias por todo, grupeta!

Oscar Falagán, 22 de diciembre de 2019